Bluey es una serie de animación infantil de gran éxito protagonizada por una familia de perritos formada por papá, mamá, Bluey y su hermanita Bingo. Cada episodio de la serie habla de un pequeño descubrimiento o de una dinámica familiar desde el punto de vista de la protagonista Bluey: juegos inventados por papá, como el Xilófono Mágico o el Paseo en Carreta; juegos de las niñas y sus amiguitos y primos, como La Tienda o Soldados; acontecimientos familiares especiales, como la primera vez que Bluey va al cine. Lo mejor de la serie son, sin duda, los episodios inspirados en acontecimientos normales y corrientes de cualquier familia con niños pequeños, como aquel en el que Bluey juega a caballito con su papá, o aquel en el que no puede conciliar el sueño porque tiene una pesadilla. Algunos episodios se viven desde el punto de vista de los amigos y familiares de Bluey, pero el perrito azul está presente en todos los casos.
Bluey tiene el mérito de ser agradable incluso para un público adulto, porque sabe tocar cuerdas emocionales que pueden no ser captadas por los niños, pero que adquieren un gran significado según el grado de comprensión del espectador.
En un océano de series infantiles en las que el mensaje pedagógico es didáctico y a menudo se apoya en una mínima llamada a la acción (como en la serie derivada de Peter Pan, Jake, en la que los protagonistas preguntan a los espectadores: «¿Estás preparado para ayudarnos?») Bluey destaca precisamente por la calidad de los guiones, que hace que los breves episodios puedan ser apreciados por todas las edades, sin infantilismos y sin retórica condescendiente hacia los padres.
Padres e hijos son retratados en tantas facetas diferentes que los espectadores pueden identificarse fácilmente con ellos: por un lado porque los capítulos se desarrollan en medio a una infinidad de sencillos juegos comunes a niños de todo el mundo occidental, como por el papel central que desempeñan los padres en la relación con sus hijos.
También este aspecto, es decir, la representación de los padres, es una rareza en el mundo de las series infantiles en las que los protagonistas viven a menudo en realidades pobladas sólo por iguales o en las que las figuras adultas actúan sólo como guardianes o como telón de fondo, basta pensar en Bing o incluso en Spidey y sus fantásticos amigos.
Parece como si los guionistas de la serie conocieran bien las alegrías y las penas de criar a los hijos, y no hablemos de penas «metafóricas», sino también del simple dolor de espalda del padre «obligado» a jugar una y otra vez al mismo juego, o de la frustración de la madre que no puede salir de casa con sus dos hijas pequeñas para ir a una fiesta en el parque de la esquina, porque a cada paso las niñas crean problemas que parecen insalvables. La dinámica relacional entre los niños también es verosímil sin quitar nada a la pequeña magia del cuento pedagógico: Bluey no es una niña que lo entienda y acepte todo con naturalidad, sino que resopla, se queja y no tiene mucha paciencia con su hermana pequeña ni con los niños más pequeños en general. La pedagogía de la serie Bluey hace un saludable ajuste de cuentas con el realismo de la dinámica de crecimiento de los niños.
Sin miedo a escenificar situaciones incómodas, como aquella en la que la madre no tiene ganas de jugar con sus hijas, o aquella en la que el padre está totalmente irritado por su actitud, Bluey hace gala de una sinceridad narrativa que sobrecoge al espectador y transmite la sensación de que habla a todos aquellos que, a diario, viven aventuras y desventuras similares, tan aparentemente parecidas pero también tan universales.
Tommaso Cardinale
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